«…se suscriben al CIVI mediante una cuota mensual, trimestral e incluso anual, si quieren, y ya pueden estar seguros de que durante un mes, tres meses, o seis, o un año, y en proporción a la cuota suscrita, su vida, de acuerdo con sus gustos, aficiones y ambiciones, se verá mecida por la aventura.»

Noticias de ayer

"¿Se aburre usted?
Es porque quiere"

Curiosa noticia hallada en la revista Estampa. 30 de mayo de 1936.

"Sueñe usted despierto. Centro de Imaginación y Vida Intensa (C.I.V.I) le permitirá vivir las más apasionantes películas de intriga y de misterio. No nos pida aventuras escabrosas, pero sí emoción, lances inesperados, coincidencias extrañas, encuentros insospechados; haremos, en fin, de su vida una película magistral. MADRID".

El centro de imaginación y vida intensa

—Ni la inquietud social ni las convulsiones políticas— nos dice su director— afectan a todos, como se cree o como se pretende hacer creer; una masa enorme de ciudadanos asiste al desenvolvimiento de la vida como espectadores de las entradas altas de un viejo teatro, desde donde sólo se logran visiones confusas de lo que sucede en el escenario, con lo cual el espectáculo apenas si les divierte e interesa. Aparte de que el hecho de estar más o menos expuesto a quedarse sin empleo o recibir una bala perdida son sucesos trágicos que pueden hasta cortar una vida, pero cuya posibilidad no ameniza ésta, no la aroma con el perfume penetrante de la aventura, no la deforma graciosamente con el velo inquietante del misterio… Y ése es el objeto y fin del CIVI.

—¿En qué forma se desenvuelven las actividades del CIVI?

—La forma, la fórmula inicial, no puede ser más sencilla. Aquí viene un caballero, o una señora, o una señorita, porque ni el sexo ni el estado son obstáculos para que el Centro los atienda, siempre y cuando sean mayores de edad; se trata de personas abrumadas por la monotonía, por la vulgaridad de la vida, que en lugar de enajenarse desesperadamente a jugar al parchís o abandonarse suicidamente en los trágicos brazos de la neurastenia o del histerismo, se suscriben al CIVI mediante una cuota mensual, trimestral e incluso anual, si quieren, y ya pueden estar seguros de que durante un mes, tres meses, o seis, u un año, y en proporción a la cuota suscrita, su vida, de acuerdo con sus gustos, aficiones y ambiciones, se verá mecida por la aventura.

—¿Y en qué consisten las aventuras que el CIVI ofrece a sus clientes?

—Es casi imposible contestarle; figúrese que cada suscriptor, y según su edad, sexo, estado, condiciones, aficiones, etc., se discurre una aventura o una serie de aventuras diferentes.

—Refiérame alguna de las que estén en curso. 

—¡Nunca! Si le contase de las aventuras en curso y lo leyera el interesado, ¿no comprende que sufriría una desilusión horrible?

—¿Desilusión? Al fin y al cabo, los clientes saben que cuanto les sucede es obra del CIVI.

— Le diré a usted… De tal manera procedemos, que llega un momento en que nuestros suscriptores no saben a ciencia cierta si cuanto les sucede es verdad o mentira.

—Suponga entonces que yo soy un cliente. ¿Qué aventuras me proporcionaría usted?

—Lo primero sería que llenase usted este cuestionario—y el director del originalísimo Centro me entrega un impreso, donde los clientes del CIVI, además de las generales de la ley, tienen que contestar a diversas preguntas encaminadas a bucear en su psicología; novelas que más les gustan, películas que dejaron mayor impresión en su mente, actrices y actores cinematográficos más de su agrado… Una vez contestado, este cuestionario pasa a informe de dos notables escritores con cuya asistencia cuento. 

—¿Quiénes son?

—Un galardonado cuentista y un ensayista proteico, pero no estoy autorizado para dar sus nombres todavía.

—¿Por qué?

—El CIVI es una institución que, no he de ocultarlo, aún inspira cierta desconfianza, y esa desconfianza podría alcanzar y herir a esos dos estimadísimos escritores. Hay quién supone que esto es una agencia de «líos» o cosa peor… Ya se irán convenciendo de lo contrario. El CIVI se limita a suministrar a sus clientes un poco de fantasía, de emoción, de calor de aventura, pero sin que nada pecaminoso, sucio o bajo intervenga en ello. Nosotros envolvemos a nuestros clientes en una vorágine de acontecimientos, les rodeamos de sucesos fantásticos y sorprendentes… Pero todo intangible, inaccesible; jamás ninguna de las aventuras que nosotros tejamos en torno de un suscriptor le dejará el amargo sabor de boca de una realidad gustada.

 —¿Y esos dos escritores son los que discurren las aventuras que a cada cliente le corresponden?

—Exacto; después, con el personal especializado de que dispongo, yo soy el encargado de montar la tramoya, y, modestia aparte le aseguro a usted que obtengo efectos preciosos, sugestivos…

— Por lo que me ha dicho usted antes, creo entender que las aventuras del CIVI no tienen desenlace, quedan siempre flotando en el misterio… ¿Hace mucho tiempo que funciona el CIVI? 

—Comenzamos el verano pasado…

Fotografía original del artículo. Una mujer frente a una máquina de escribir, y otra apoyada en su hombro. Ambas miran el texto y sonríen.
El CIVI se limita a suministrar a sus clientes un poco de fantasía, de emoción, de calor de aventura... (Foto: Llompart.)

—¿Cómo se le ocurrió una cosa así? 

—Algunos precedentes literarios (Walt Whitman, Chesterton, etc.) me habían hecho pensar varias veces en la posibilidad de crear un centro semejante; después, observando cómo nuestra vida gris tendía a escaparse de todo lo actual y real que nos llena de preocupaciones ciertamente, pero de preocupaciones dolorosas. tristes, amargas… Observando la creciente afición del público por las novelas y películas de aventuras, el interés por las tramas complicadas y la rarísima vez que en una vida acaece algo que tenga parecido con cuanto nos emociona en el cine, en la novela y muy de tarde en tarde en el teatro, me decidí a montar el CIVI, esto es, la posibilidad de que cada uno pudiera vivir en su propia vida las aventuras llenas de emoción e interés que le habían sugestionado en la pantalla o en el libro, llegan a ser el protagonista de lances peregrinos, de tramas apasionadoras, de complicados misterios… No tener nada que envidiar, en una palabra, a Peter Lorre, Warner Oland, Fay Wray, Boris Karloff, Lionel Atwill, Francés Drake, Claude Rains… 

—Conoce usted el mundo cinematográfico.

—He vivido catorce años en Hollywood. 

—¿Haciendo cine? 

—Haciendo de todo; pero no hablemos de mí. De mí, ni una palabra; de mí obra, de este CIVI en el que he puesto todos mis entusiasmos. ¿Quiere usted saber algo más? 

—¿Tiene el CIVI muchos suscriptores? 

—No convendrá que los tenga nunca; para atenderlos bien conviene que no pasen de medio millar, y tal vez diga mucho… Ahora tenemos cincuenta…

—¡Cincuenta y tantas aventuras en marcha!  

—Algunas se relacionan entre sí, y, a veces, un suscriptor, sin saberlo, actúa en la aventura de otro, también ignorante de ello, desde luego. Así obtenemos, en ocasiones, efectos inesperados y sorprendentes, a causando la reacción de los suscriptores ante hechos que, como le advertía hace un momento, llegan a confundirse con la verdad misma.

—¡Maravilloso! ¿Y no se da el caso de que algún suscriptor venga a quejarse de las aventuras que le suceden? 

—Observe la cláusula octava, al dorso del cuestionario: «El suscriptor, al no encontrar de su agrado los servicios del CIVI, ordenará la suspensión de los mismos por carta certificada, pero no podrá solicitar su modificación, salvo el renovar su abono.» Con esto prevenimos las impaciencias injustificadas que pudiesen acometer a algún suscriptor mal impresionado por el principio de la aventura. 

—¿Los suscriptores ignoran las aventuras que van a sucederles?

—En absoluto; nos indican sus gustos, sus aficiones… Y todo lo demás corre de nuestra cuenta. 

—¿Y no será posible que yo refiera a los lectores una de esas aventuras ?

—¡Si es que pierden su mayor encanto así referidas! Lo interesante es vivirlas… Vea usted el principio de una de ellas, no continuada, debido a que el suscriptor fue destinado a Canarias, y, por lo pronto, nuestros servicios se limitan a Madrid.

Ha sido entonces cuando el director del CIVI me refirió todo eso de la mujer que lleva en el pecho un clip con una piedra azul entre dos amarillas, que escrito queda al comienzo de esta información. ¿En qué habría terminado aquello de no irse a Canarias el protagonista? No, no; no habría terminado de ninguna manera. Tengamos presente que el CIVI no termina jamás las aventuras con que aroma la vida de sus abonados; si el suscriptor continúa fiel a su cuota, las aventuras se van sucediendo, entretejiéndose las unas con las otras, meciendo el espíritu del suscriptor en deliciosas inquietudes, intrigándole con inesperadas intervenciones de extraños elementos, creando en torno suyo misterios insospechados, desorientando su fantasía, adelantándose a su imaginación, dando realidad a sus quimeras.

VICENTE VEGA

NOTAS

La idea de la empresa podría estar tomada del relato de G.K. Chesterton «The Tremendous Adventures of Major Brown» al igual que en el caso de la película The Game.