"Querido hermano:
Un abrazo de ida y vuelta a La Habana"

La historia de Eduvigis, Teodoro y Alejo

Viernes 1 de octubre

La postal

La postal que habíamos adquirido no era como las demás. Presentaba un retrato de un hombre y una mujer en una actitud cariñosa, distendida, en el exterior de una casa. Estaba muy lejos de parecerse a otras fotos de la época, casi siempre solemnes, rígidas, en un estudio de fotografía. Además, sobre ella habían escrito una dedicatoria afectuosa, en una caligrafía un tanto informal:

Querido hermano:

Con esta te enviamos un abrazo cada uno.

Eduvigis y Teodoro.

Naveces. 23 del 9 de 1905. (Contesta a Vige)

La postal iba dirigida a un tal Don Alejo Álvarez quien, como muchos otros a principios de siglo, habría emigrado a La Habana, Cuba en busca de trabajo.

Era imposible resistir la tentación de seguir la pista a Alejo, Teodoro y Eduvigis. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Qué había sido de Alejo en La Habana? ¿Dónde fue tomada la foto? Teníamos muchas preguntas por contestar, y la curiosidad era irresistible.

Domingo 3 de octubre

El punto de partida

Teníamos varios nombres, Teodoro, Alejo y Eduvigis (sabíamos que uno de ellos, al menos, era hermano o hermana de Alejo. ¿Pero cuál de los dos? ¿Y qué relación tenían entre ellos? ¿Novios, amigos, familiares…?), y un lugar y una fecha: Naveces, 23 de octubre de 1905. También aparecía la anotación “contéstale a Vige” que, al principio, pensamos que podía ser Vigo…

Al darnos cuenta de que ponía “Vige” (diminutivo de Eduvigis) y no “Vigo” dedujimos que el hermano de Alejo era Teodoro, quien obligatoriamente también tenía que apellidarse Álvarez. Entonces, ¿qué relación tenían con ella?

El comienzo de la investigación

Tras algunas búsquedas infructuosas, y a punto de perder toda esperanza de desentrañar esta historia, aparecieron las primeras pistas en Hemerotecas Digitales.

La más llamativa de todas fue un artículo en “Asturias: revista gráfica semanal” del Centro Asturiano de la Habana, el día 6 de febrero de 1916. “Los hijos de Castrillón en La Habana” se habían reunido para homenajear al Dr. D. José María Pérez, médico y filántropo de Arnao, y nuestro Teodoro Álvarez figuraba entre los asistentes. El evento fue dispuesto por la “naciente Sociedad de Castrillón” y este fue su primer acto social, que consistió en un almuerzo y una animada charla.

Comparando la fotografía del artículo con la de la postal, creímos haber encontrado a nuestro Teodoro en la foto. La pista parecía ser buena, lo contrario sería demasiada casualidad.

Para nuestra sorpresa, en el texto no aparecía solo el nombre de Teodoro, sino también el de don Alejo Álvarez. Seguramente también estuviese en la foto, más o menos cerca de su hermano, pero aún no podíamos identificarle.

Y así, en franca conjunción de afectos, fueron retirándose todos, poco a poco, camino de La Habana, mientras se referían, mútuamente, recuerdos de la infancia. Salinas, la playa de doradas arenas; Arnao, envuelto siempre en nubes de humo; Piedras Blancas, con su blanco caserío, resurgían vigorosamente, bajo la caricia de las conversaciones evocadoras…

A partir de ese texto, logramos encontrar más información sobre la posición de Alejo en esa Sociedad de Castrillón. Era vocal propietario, junto a algunos otros, por lo que debía ser una persona de relativa importancia allí.

Aparecieron también algunas pistas que a la postre resultaron no tener relación: la muerte de un Alejo Álvarez en La Habana, la expedición de un pasaporte desde La Habana a alguien del mismo nombre, etc.

La pista capital

Entonces apareció, en un periódico de Oviedo, una pista en principio nada relevante, pero que al final nos resultaría capital. Un tal Teodoro Álvarez (que no creíamos que fuese el nuestro) apareció en el listado de prófugos de Castrillón, en el año 1901, al no haberse presentado al servicio militar.

En él se daba el nombre completo de Teodoro (Teodoro Álvarez Menéndez) y el de sus padres, Pantaleón y Manuela. Dedujimos, por tanto, que eran Pantaleón Álvarez y Manuela Menéndez.

Buscando “Pantaleón Álvarez” y “Naveces” hallamos un resultado bastante esclarecedor. Si lo anterior era cierto, teníamos ya los nombres completos del padre y la madre de Alejo y Teodoro: Pantaleón Álvarez Fanjul y Manuela Menéndez García.

A estas alturas Eduvigis y su relación con los hermanos aún era un misterio para nosotros. Cuando el azar quiso que, por probar, hiciésemos una búsqueda en Google del nombre “Eduvigis Álvarez Menéndez” y… ¡Bingo!

El segundo resultado nos llevó a un árbol genealógico de MyHeritage, creado seguramente por uno de sus descendientes, y al abrirlo todo encajó. Ahí estaban todos los nombres que habíamos ido encontrando, y nuestras suposiciones se convirtieron en realidades.

La familia de don Alejo

Teodoro, Alejo y Eduvigis eran hermanos, y además este descendiente había colgado fotos suyas, de sus hermanos, padres, esposa… Un árbol genealógico que se remontaba hasta el siglo XVIII, ¡increíble!

También había una fotografía de Cándido, un hermano pequeño del que no teníamos ninguna pista, y el nombre de otra hermana, Epifanía. La existencia de ambos la desconocíamos por completo.

Además, con la foto de Alejo del árbol genealógico, pudimos identificarlo en la foto de la Sociedad de Castrillón en La Habana de 1916.

Descubrimos que Alejo se casó en 1921 con una mujer llamada Adela Suárez, y supusimos que ese fue el año en que volvió a Asturias, quizás para ocuparse del patrimonio familiar, y ayudar a su padre, que murió pocos años más tarde, en 1926.

Ahora que conocíamos los apellidos de Eduvigis, encontramos otro dato que nos resultó extremadamente importante, para lo que sería la investigación sobre el terreno…

En el “Boletín Oficial de la Provincia de Oviedo” de 1963, del 8 de junio, la Junta Provincial de Beneficencia concedió una ayuda por ancianidad a “María Eduviges Álvarez Menéndez de Naveces, El Casalón”.

“El Casalón”… ¿Sería el nombre de la casa familiar en Naveces?

Era el momento de comprobarlo, y para hacerlo no nos quedaba otra que ir a Naveces y preguntar a algún vecino o vecina de la zona.

Martes 5 de octubre

Llegada a Naveces

El 5 de octubre pusimos rumbo a Naveces. El plan era visitar el cementerio, a ver si encontrábamos allí a Don Alejo y su familia, y preguntar por el pueblo para recabar más información.

Llevados por el ansia nos salimos antes de tiempo, a la altura de Santiago del Monte, creyendo que era el cementerio correcto. Aparcamos al lado de la iglesia y nos adentramos en el lugar, donde no encontramos ninguna pista. Paseando por el pueblo, con cierto recelo, nos dimos cuenta de que en realidad estábamos muy lejos de nuestro objetivo, Naveces.

Sin embargo, Google Maps no mostraba ningún cementerio en Naveces. Nada. Solo aparecía, en la zona, el que acabábamos de visitar.

Fuimos hasta Naveces (ahora sí) y vimos una señal que indicaba el camino a la iglesia, y para nuestra sorpresa, al cementerio. Aparcamos de nuevo al lado del templo y empezamos a subir por el pueblo, siguiendo las señales que marcaban la dirección al lugar, pero nada… no aparecía. ¿Nos estaría llevando al cementerio del otro pueblo, en el que ya habíamos estado? Al rato de caminar, nos detuvimos en la zona alta del pueblo, en una casa en la que estaban haciendo obras, a pedir indicaciones.

—¡Claro que Naveces tiene su propio cementerio! Pero está bastante más arriba, a un kilómetro, aproximadamente.

El hombre era muy amable, por lo que aprovechamos para contarle la historia y preguntar por “El Casalón” y por la familia de los Álvarez Menéndez, a ver si sabía algo. Nos respondió que no, que “El Casalón” no… Pero sí había una zona de casas, en la ladera de enfrente, en San Adriano, llamada “El Canalón”. Se dio media vuelta, hacia el paisaje, y nos señaló a lo lejos una casa azul que destacaba entre el resto.

El cementerio

Pero vayamos por partes.

Bajamos al coche y subimos pueblo arriba, hasta llegar al esquivo cementerio. Este era mucho más amplio que el anterior, pero aún así lo recorrimos de cabo a rabo. Cuando ya habíamos perdido toda esperanza, al final del todo, ahí estaba.

En el centro del panteón se hallaba la tumba de Don Alejo, en la que estaba enterrada también su mujer, y dos de sus descendientes con sus respectivas parejas. A ambos lados, las tumbas de sus padres, Pantaleón y Manuela. Junto al llamativo panteón familiar, adquirido por Alejo en 1927, otra tumba más pequeña con una losa, en la que aparecía el nombre de uno de sus hermanos, Cándido. Alguien le había puesto flores recientemente.  De Teodoro y Eduvigis, ni rastro.

Es una sensación difícil de explicar. La alegría de haber encontrado a una persona tan lejana y desconocida, que había vivido 120 años antes que nosotros, y con quién de pronto sentíamos una conexión tan grande.

Dejamos atrás el cementerio. Sólo nos quedaba una cosa por hacer.

El Canalón

Aún nos quedaba ir a San Adriano, a la zona de casas que nos habían indicado.

Tras dar unas vueltas en coche llegamos a las inmediaciones de la casa azul. Una señal nos indicó que estábamos en el lugar correcto. Aparcamos y dimos una vuelta por la zona. Al final de la calle estaba la casa azul, y tras ella una casa más pequeña, de piedra. Un cartel en la fachada ponía “El Canalón” y elucubramos sobre la posibilidad de que alguna de aquellas casas fuese donde se hizo la foto de la postal. Las fincas eran grandes, pero la ausencia de palmeras nos despistó (allí donde veas una casa con una palmera, seguramente haya vivido un indiano).

Una de las viviendas tenía en la entrada dos grandes piñas de fundición, y por su suntuosidad supusimos que sería la casa principal, la de Alejo. Luego nos dijeron que provenían de una casa de Salinas (otra pista falsa).

Con la sensación de haber estado muy cerca, desandamos el camino hasta el coche.

Cuando estábamos a punto de irnos vimos que se acercaba, a una de las casas cercanas, una mujer mayor con una lechuga… Era ahora o nunca. Bajamos del coche y la abordamos. Apareció otra mujer más joven, también, y empezamos a hablar con ellas. Les contamos nuestras peripecias: cómo encontramos la postal, la investigación sobre Alejo y su familia…Y empezaron a hacer memoria.

Antes de contarnos más, nos recomendaron cambiar el coche de sitio para no entorpecer a los vecinos, y aparcamos al lado de una de las casas que había en la intersección… Sin saber que esa era la que estábamos buscando, ¡la de Alejo!

Poco a poco, fueron surgiendo los recuerdos. Se refirieron a los integrantes de la familia como “los Alejos” o “los Pantaleones”… Nos hablaron de todos los vecinos que también emigraron a Cuba, de cómo Alejo fue de los que volvió con dinero e invirtió en terreno y propiedades , y de que aún viven en la zona algunos descendientes.

Al rato llegó otro hombre en coche. Ellas nos habían mencionado antes que él podría saber más cosas sobre la familia. 90 años tiene, pero la verdad que parece mucho más joven. Seguimos charlando animadamente, porque además era gente muy agradable. No sabían nada sobre Teodoro… pero sí nos dijeron que la casa de piedra, la que tenía el letrero, era la de Eduvigis (una pieza más en el puzle); que ella se había casado con un hombre llamado Ramón, y que un familiar estaba arreglando la casa de Alejo para venirse a vivir a ella.

Nos sugirieron que, si queríamos, podían ayudarnos a ponernos en contacto con los descendientes de la familia. Pero ya la vergüenza nos pudo, y muy agradecidos por su ayuda, decidimos dejarlo ahí.

Poco después de que el sol se hubiese puesto volvimos a subirnos al coche, frente a la fascinante casa de Don Alejo, con una sonrisa en la cara que nos acompañaría todo el viaje de vuelta.

Al día siguiente, nos dimos cuenta de que la postal había hecho el viaje a La Habana de ida y vuelta. Primero, al ser enviada. Después, en la maleta de Alejo cuando volvió a Naveces. Debió haberle gustado mucho.

Atando cabos

El Paquete de Veracruz

Tras los últimos descubrimientos, el haber recorrido los mismos caminos y haber estado al lado de las casas de los protagonistas de la postal, queríamos saber más y dar respuesta a algunos interrogantes que nos rondaban la cabeza. Como, por ejemplo, conocer los negocios de Alejo en Cuba, o si dos de los hermanos estaban enterrados en Naveces, qué había sido de Eduvigis y Teodoro. De ella sabíamos que en el 63 aún vivía, y que estaba San Adriano, pero de Teodoro, ni rastro.

Buscando información sobre la dirección a la que había ido dirigida la postal, descubrimos que varios documentos asociados al nombre de Alejo hacían referencia a una sastrería-camisería.

En una guía comercial de La Habana encontramos el nombre de la misma, El Paquete de Veracruz, e incluso una multa impuesta a Alejo por no haber pagado en el Ayuntamiento las tasas por el traspaso del negocio, en 1929. ¿Puede ser que ese fuese el año en que Alejo decidió volver a España, y para ello traspasara su negocio?

De ese mismo año, unos meses antes, encontramos un listado de pasajeros del Vapor- Correo Cristóbal Colón, en el que aparecen los nombres de Eduvigis, Cándido y Ramón (quien creemos que era esposo de Vige). Puede que fuesen a Cuba a ayudar a su hermano con la mudanza, o incluso a hacerse cargo del mismo, pero eso lo desconocemos. Una noticia de 1933 nos situó a Vige aún en La Habana, qué hacía allí todavía es una incógnita.

Pensamos que el número 45 de la calle Mercaderes de la actualidad no tenía, necesariamente, que ubicarse en el mismo lugar a principios del siglo XX. Revisando un mapa antiguo de La Habana, en el que estaban marcados los números de las casas, vimos que el 45 del XIX se situaba muy alejado del no 45 de 2021, en un lateral de la Plaza Vieja. Buscando fotos de la plaza en esa época, llegamos a una galería de postales antiguas de plazas de La Habana, y entre ellas de La Plaza Vieja. En una se veían unas lonas colgando de los arcos de los soportales con algo escrito y, a pesar de que la calidad no era la mejor, al ampliarla se podía leer sin lugar a dudas “Paquete de Veracruz / Sastrería y Camisería”.

No pudimos evitar pensar en Alejo dentro de su sastrería, a la sombra de aquella lona que protegía su género del sol caribeño, apoyado en su mostrador de madera, pensando en su Naveces natal.

Teodoro

Sobre Teodoro, buscando en los fondos digitales del Archivo de Indianos creímos haber encontrado registros que lo ubicaban en una población cubana llamada Sancti Spíritus, en la década de los 40. Al final resultó ser una pista falsa, a pesar de que se llamaba y apellidaba igual, e incluso por la edad encajaba. Pero la realidad nos tenía deparada una sorpresa y en esta ocasión no iba a ser agradable.

Muchas veces, el cambiar un término de búsqueda, unas comillas, o incluso el orden de las palabras, devuelve resultados distintos… y fue así como la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica nos mostró un archivo de 1919 que hasta ahora se nos había mantenido oculto. En él se daba el pésame a Cándido y Alejo por la muerte de su hermano, se describía a Teodoro como “un ejemplo de caballerosidad, muy bueno, muy sencillo, de honradez acrisolada” y nosotras estábamos seguras de que así había sido. La causa de la muerte nos devolvió una vez más a la realidad que estamos viviendo desde hace ya más de un año: una epidemia global.

En el texto se refería “al mal de la influenza”. La conocida como “gripe española” entraba en Cuba a finales de 1918, y golpeó con fuerza la isla durante ese año y el siguiente, causando altas tasas de mortalidad.

Teodoro falleció el 2 de noviembre de 1918. Su esquela nos dijo que Cándido y Alejo estaban en Cuba, y el resto de familia en Asturias. En ella se hacía referencia a su viuda Digna Villa de Álvarez y a su hijo Rolando Álvarez Villa. El saber que se había casado y que había vivido la felicidad de tener en sus brazos a su hijo nos consoló, en parte, la pena que nos había provocado enterarnos de su prematura muerte.

Sobre su mujer, en 1932, una nota en la prensa relataba cómo celebró su cumpleaños y de su “habitual delicadeza”. Pero, y su hijo… ¿Qué habría sido de él?

Para nuestra sorpresa, que esta vez iba a ser de las buenas, nos enteramos de que Rolando Teodoro Álvarez Villa con el tiempo se convirtió en un humorista, guionista y escritor famoso, que se hizo llamar Álvaro de Villa. Llegó a ganar el premio literario Ciudad de Oviedo en 1967, y sus personajes Pototo y Filomeno fueron muy populares.

Podríamos seguir buscando, y seguramente algún dato saldría aquí y allá, pero pensamos que la mejor manera de acabar el viaje, que había empezado con una humilde postal, era con una sonrisa y con ese sentimiento reconfortante de saber que a pesar de que pasen los años, de que ya no estemos aquí, nuestra huella de una manera u otra deja su impronta, ya sea en la foto de una vieja postal, en la carcajada provocada por el texto de un humorista, en un viejo recorte de periódico, o en el recuerdo de Alejo, Vige y Teodoro, que nos acompañará siempre.

Jose & Cinthya

Agradecimientos

A Borja Pino, por confiar en nuestra historia y escribir sobre ella en El Comercio.

A los descendientes de Alejo, Teodoro y Eduvigis —Yayo, Marta y Diego— que nos escribieron en cuanto leyeron el artículo publicado en El Comercio, y nos hicieron sentir como en casa.